Muchas veces vamos por la vida caminando, sin poner mucha atención a lo que pasa a nuestro alrededor y a los detalles, sin saber que quizás al cruzar la esquina de cualquier calle, podríamos estar dando nuestros últimos pasos. Todo cambia. Puede ser en un instante. Quizá entre más tiempo dure un cambio, menos atención pongamos en los detalles.
El 1 de diciembre de 2012 quedará grabado en la memoria de México como un día de agitación social y político. En medio de la toma de posesión del presidente Enrique Peña Nieto, la Ciudad de México se convirtió en el epicentro de protestas multitudinarias que expresaron el descontento y la frustración de diversos sectores de la sociedad. Lo que se suponía que sería un acto simbólico de cambio y esperanza para el país se vio ensombrecido por enfrentamientos violentos y una tensión palpable en las calles.
Al maestro Kuykendall le quitó la vida una bala de goma que se estrelló en su cráneo la mañana del 1° de diciembre del 2012. Él no era el objetivo. Corría con cámara colgando del cuello y mochila en la espalda hacia donde un puñado de jóvenes encapuchados y enardecidos pretendían ingresar al Palacio Legislativo "a lo que topara". Había barricadas y proyectiles por toda la calle, camiones estampados en las vallas metálicas y fuego constante. Kuy quería documentarlo, o así parecía. No tenía intenciones de tirar las vallas, ni agredir a policías. Venía de la manifestación pacífica que se encontraba sobre Zaragoza, pero el estruendo que cientos de personas -del otro lado- generaban producto de la rabia, lo llamó. Cuando lo vi correr, en su cara se notaba ansioso por llegar a captar lo que fuera lo que estuviera pasando. Nunca llegó.
A lo largo de esa jornada histórica, las manifestaciones tomaron diferentes formas, desde marchas pacíficas hasta confrontaciones violentas con las fuerzas de seguridad. Grupos estudiantiles, activistas, organizaciones sociales y ciudadanos comunes, se unieron en una voz unificada para cuestionar el sistema político y económico, exigiendo transparencia, justicia y mejores condiciones de vida.
Yo me levanté muy temprano esa mañana, estaba nervioso porque días atrás hubo varios llamados para cambiar el sistema de gobierno en México mediante la acción directa en la toma de protesta del presidente electo. La idea era tomar San Lázaro. Muchos comentarios iban en el sentido de que se peleara por tomar el recinto y de ahí lo que resultara se iría discutiendo. Quizás ese fue nuestro error. No habernos organizado suficiente tiempo atrás. Me vestí con mis típicas bermudas, mis tenis viejos y la bufanda rojinegra para cubrir el rostro. No había servicio de transporte, por lo que tomé el camión rumbo al metro Aeropuerto (Boulevard Puerto Aéreo) y desde ahí caminé.
Mientras caminaba por Zaragoza, vi pasar decenas de camiones Dina con efectivos de la Policía Federal, patrullas y camionetas también. No me sorprendí porque sabía que el estado utilizaría gran parte de su fuerza para impedir cualquier cambio no contemplado por ellos. Tampoco me desanimé, al contrario, la adrenalina comenzó a sentirse en mi cuerpo. Ya quería llegar, se me había hecho un poco tarde. Comencé a ver movimiento, cada vez más hostil.
Al llegar a San Lázaro, me encontré con el contingente de la CNTE y la manifestación pacífica. Vociferando consignas y llamando a la calma. Fue entonces cuando algo dentro de mí sabía que ya había empezado la batalla, que no pudieron aguantarse y desde temprano habían comenzado a tratar de ingresar. Obviamente los perros del estado no lo iban a permitir. Entonces cuando llegué, estaba el auge de las agresiones en ambos bandos, y de haber sabido hubiera llegado por atrás; no, bien campante desde Zaragoza. Ya no me quedaba de otra, más que seguir avanzando en sentido contrario que como iba la marcha pacífica. Seguro relegado por los federales.
Lo que comenzó como una expresión legítima de inconformidad, pronto se vio envuelto en una nube de violencia. Disturbios, destrozos y enfrentamientos estallaron en diversos puntos de la capital, mientras los manifestantes y la policía chocaron en una batalla caótica por las calles. Las imágenes de balas de goma, piedras y barricadas se hicieron presentes.
Primero estaba muy solo, como un silencio que antecede a la tormenta. Seguí caminando y adelante había una plaza que se hacía más ancha sobre la banqueta y me adentré. Entonces, desde las vallas, comencé a ver movimiento. Los policías estaban cazando gente. Lanzaban gases. Yo estaba solo en la pequeña plaza, que ahora que lo pienso, solamente eran jardineras con bancas incrustadas en una banqueta hundida. Entonces me vieron. Eran dos personas enfundadas en traje de granadero pero federales. Con casco. Yo justo iba pasando a la altura de la valla metálica que tenía un hueco, precisamente para tiros directos con el proyectil al cuerpo. Porque por lo general los lanzaban al aire y caían "de bombita". El hueco en la valla permite lanzarlos directo al cuerpo. Apuntó uno de ellos hacia mí, yo zigzagueaba, pero hubo un momento que me congelé y no sabía para dónde más ir. Estaba encerrado. No conocía el campo de batalla y quedé en un callejón sin salida, dentro de esta plazuela. En perspectiva, tendría que haberme regresado 10 metros, subir escaleras y caminar por la banqueta. Lo que me hubiera dejado más expuesto. Estaba justo en medio: entre los pacíficos y los encapuchados.
Encerrado, el policía accionó su arma. Sabía que me tenía a su merced. El proyectil iba directamente hacia donde yo estaba, no sé si directo al cuerpo o un poco más arriba. Todo se detuvo, pensé que moriría. Vi el proyectil ancho que iba dejando humo en su camino hacia donde estaba. Entonces él apareció. Nunca lo había visto antes y no sabía a qué se dedicaba, no lo conocía. Después de este día, sabría su historia. Él nunca me conoció. Apareció corriendo, llevaba una cámara y una mochila. El proyectil ya venía en camino. Él nunca lo vio venir. Seguía corriendo. Por obra del destino, su andar se interpuso entre el proyectil y yo. Como cuando un asteroide se cruza con la órbita de algo más grande. No había vuelta atrás. Intenté gritar antes para que se agachara o por lo menos se detuviera. No me escuchó entre tanto estruendo. Los compañeros ya habían avanzado y justo cuando él iba corriendo, los encapuchados avanzaban. El silencio se había ido. No me escuchó. El proyectil iba hacia mí. Pero Kuy Kendall se interpuso. Recibió el golpe por mi.
Cuando se impactó en su cabeza, vi volar pedazos. Iba corriendo y cuando recibió el golpe ya no dio el siguiente paso. Sus pies parecían haberse atorado, los arrastró como flotando. Cayó sin oponer fuerza al golpe de la caída, ni esquivar un poco. Eso me había hecho pensar que había muerto instantáneamente. Vi sesos regados. Vi su cabeza con un hueco y vi cómo le brotaba la sangre de ahí. Muchos compañeros se acercaron. Al principio, los mismos policías impedían ir para auxiliar y entonces las bombas molotov los hicieron correr. Solo así pudimos acercarnos.
Improvisamos una camilla con una valla para alejar a Kuy de ahí antes de que volvieran los uniformados. Salimos de la zona y llegamos a la esquina donde una brigada de primeros auxilios recibía a los heridos en un hospital callejero. Los sesos quedaron llenos de sangre sobre el pavimento. Con coraje seguimos combatiendo, pensamos que había muertos. Eso nos dio la fuerza para luchar durante todo el día, primero en San Lázaro, desde donde salimos hacia el Zócalo, pero el camino fue largo. El hostigamiento de los policías nos hizo ver que esto recién comenzaba. Y así fue. Muchos fueron perseguidos, secuestrados, asesinados en circunstancias extrañas, desaparecidos. Pero esa tarde, al llegar a Bellas Artes, peleamos con todas nuestras fuerzas, con puños sobre todo, pero nos venía bien una piedra de vez en cuando para alejar al uniformado que ya seguía tus pasos. A palazos no pudimos ganar. Ellos tienen el brazo fuerte armado. Nosotros piedras, palos y puños. Quizá ese día no ganamos la guerra, pero poco a poco se han ido ganando espacios. El enemigo sigue ahí esperando pacientemente la siguiente batalla.
Hoy seguimos esperando justicia para Kuykendall y que los responsables que dieron la orden para disparar a matar hacia los manifestantes, paguen por sus crímenes. Invito a que sigamos alerta, porque en elecciones nunca vamos a obtener la victoria, ni los cambios radicales necesarios para esta realidad. Las votaciones únicamente cambian los rostros de quienes manejan los hilos, pero las prácticas siguen beneficiando a ciertas personas y esto sigue abonando a las diferencias en la sociedad. Queremos unidad, queremos justicia. Queremos amor, no odio y discriminación. Queremos ser libres en todos los aspectos. La lucha debe seguir hasta conseguirse.
Las protestas y manifestaciones del 1° de diciembre del 2012, tuvieron un impacto significativo en la vida política de México. Aunque es difícil medir su impacto exacto, se pueden identificar algunos efectos importantes. Proporcionó una plataforma para que los ciudadanos expresaran su descontento con el sistema político y económico del país, así como con los resultados de las elecciones presidenciales y los comicios democráticos en general. Estas manifestaciones atrajeron la atención tanto a nivel nacional como internacional, lo que generó una mayor visibilidad de las demandas y preocupaciones de los manifestantes. Las acusaciones de irregularidades electorales y las denuncias de compra de votos llevaron a un debate público sobre la transparencia y la integridad del proceso electoral, lo que provocó un mayor escrutinio de las instituciones políticas y electorales del país.
Además, contribuyeron al fortalecimiento del movimiento social en México. Los manifestantes se organizaron en diferentes grupos y movimientos, y muchos de ellos continuaron participando activamente en la vida política y social del país. Esto condujo a una mayor conciencia y participación ciudadana en temas políticos y sociales, fomentando un espíritu crítico y demandas de cambio. Generaron visibilidad en las demandas ciudadanas, cuestionando la legitimidad del gobierno, fortaleciendo el movimiento social y la participación ciudadana, así como ejercer presión para impulsar cambios políticos y reformas.
Me sentí culpable, pensaba que si hubiera llegado antes a la marcha o por otro lado, sería diferente y Kuykendall seguiría vivo. Pero no, yo no tuve la culpa, nadie de los que estuvo ese día tuvo la culpa de asistir a la marcha o por haber llegado por ahí, la culpa es de quien apoya esa clase de régimen sin escrúpulos y de la élite que se beneficia de ese sistema. Pronto caerán. Pronto habrá justicia. Pronto vengaremos la muerte del compañero Kuykendall.
Fotografía: Proceso.
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